Una fístula es la comunicación patológica o artificial entre dos órganos huecos o entre una víscera hueca y la piel, definiéndose las primeras como fístulas internas, y externas o enterocutáneas las segundas.
Entre el 75 y el 85% de las fístulas intestinales se producen en el postoperatorio medio, entre el cuarto y el décimo día, y el 50% de éstas son causadas por la dehiscencia de la línea de anastomosis, pudiendo ocasionar desde un absceso controlado a una peritonitis.
Las fístulas espontáneas aparecen en un 15-25% de los casos, siendo la enfermedad de crohn una de las principales causas, ya que el proceso inflamatorio transmural de esta enfermedad predispone a la formación de fístulas con mucha frecuencia. En menor porcentaje, también puede haber fístulas espontáneas causadas por la radiación que pueden aparecer años después de hacer recibido la radioterapia o fístulas por un traumatismo abdominal y por neoplasias.
Para el diagnóstico y tratamiento de un paciente con una fístula intestinal se requiere una coordinación multidisciplinaria entre cirujanos, radiólogos, dietistas y estomaterapeutas, puesto que las complicaciones van a estar relacionadas con la localización, el débito, las infecciones y la malnutrición.
Aunque los avances en los cuidados de los pacientes han mejorado su evolución (técnicas de soporte nutricional tanto por vía parenteral como enteral, reposición de líquidos y electrolitos o administración de somatostatina), las fístulas postoperatorias son complicaciones graves con un alto índice de mortalidad.
Por todo ello, se debe comenzar a prevenir la aparición de fístulas, ya desde el preoperatorio, con una correcta preparación mecánica del intestino, con profilaxis antibiótica y con una adecuada nutrición del paciente. Durante el tiempo quirúrgico habrá que realizar anastomosis sin tensión, verificar la hemostasia y el cierre adecuado de la pared abdominal.